Como familia nos hemos visto expuestos a momentos muy duros en nuestras vidas. Confinamiento, enfermedad, fallecimiento de personas queridas, peligro o pérdida de empleo, conflictos larvados que se exacerban ante la obligada convivencia, malestar psicológico, miedo y estrés, entre otras adversidades. Sin embargo, aunque de modo no planificado, es en estas situaciones inesperadas donde se pone a prueba la unidad de la familia en la toma de decisiones ante tanta incertidumbre, la capacidad de reorganizarnos ante los cambios sobrevenidos que nos sacan de la rutina ya aprendida, la necesidad de expresar afecto y acompañarnos unos a otros en esos momentos de tristeza y desánimo. Como padres y madres positivos hemos aprendido a seguir llevando alegría a nuestros hijos e hijas y a proporcionarles esa nueva “normalidad” dentro del cambio continuo de circunstancias que tanta seguridad les reporta. También hemos aprendido a saber mirar por nuestros mayores y a ponerlos en el foco de nuestras preocupaciones en estas circunstancias, ya estuvieran con nosotros, en sus propias viviendas o en residencias para cuidarlos; a echarlos de menos, acompañarlos a distancia y pasar el duelo cuando se nos han ido en situaciones más dolorosas que nunca.